ya sí


La vida de la gracia ya es un trasunto de la vida terna.
Hay cosas que no podemos por nosotros mismos, pero sí  podemos mediante amigos, y “lo que podemos mediante amigos de algún modo lo podemos por nosotros mismos” (Aristóteles, Ética III c.3 n.13, Bk1112b27).
Dios es nuestra felicidad; preguntémosLE a ÉL.
–“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1).
–ÉL les dijo:
Cuando oréis, decid: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Lc 11,2).
–¿Dónde están los cielos?
–“El Reino de los cielos está `en-entre-dentro de´ vosotros” (Lc 17,21).
Ahí está Dios, nuestra felicidad. Queremos ser felices, y algunos creen que podemos conseguirlo por nuestros propios medios. Si la naturaleza no se equivoca en lo que la propia naturaleza necesita, y todos buscamos la felicidad pues este es nuestro fin último, y como nada hay más necesario que aquello por lo que se consigue el fin último, entonces no podría equivocarse en esto la naturaleza humana. Por consiguiente, parecería que podríamos conseguir la felicidad por nuestros propios medios natura­les. Pero no es así. Santo Tomás lo explica en la Summa (I-II, c.5, a.5). Viene a decir con otras palabras que los seres humanos no podemos conseguir la felicidad últi­ma por nuestros propios medios naturales, y que es cierto que así como la naturaleza suele proporcionar a los animales lo que necesitan para su limitada felicidad, a nosotros nos dio la razón y las manos, pero que con esto no podemos conseguir lo necesario para nuestra propia felicidad plena, porque nuestra felicidad perfecta sólo puede provenir de Dios. Sin embargo, aunque la naturaleza no nos proporcionara lo que necesitamos para conseguir la felicidad, no nos es imposible conseguirla. Hay algo con lo que podemos conseguirla. Es el libre albedrío. Con el libre albedrío podemos convertirnos a Dios, para que nos haga felices. ÉL sí puede. Dios es nuestro Amigo y lo que podemos mediante los amigos de algún modo lo pode­mos por nosotros mismos.
A algunos les parece que los seres humanos, por ser más que los seres irracionales, serían más autosuficientes, y con más motivo necesitarían menos de Dios.; si los seres irracionales pueden conseguir sus fi­nes mediante sus medios naturales, mucho más los seres humanos podríamos conseguir la felicidad por nuestros medios naturales. Podemos coincidir y estar de acuerdo en que la felicidad es el bien más perfecto que buscamos; y en que la naturaleza que puede conseguir el bien per­fecto es de condición superior –aunque necesite ayuda exterior para conse­guirlo– que la naturaleza que no puede conseguir el bien perfecto sino que con­sigue un bien imperfecto, aunque para su consecución no necesite ayuda exte­rior. Por ejemplo: del mismo modo que está en mejor condiciones para la salud quien puede ad­quirir la salud perfecta aunque sea con la ayuda de la medicina que quien sólo puede adquirir una salud imperfecta sin ayuda de la medicina. Y por eso los seres racionales que podemos conseguir nuestro bien perfecto que es la felicidad aunque necesitemos para ello la ayuda de Dios somos más perfectos que los seres irra­cionales, que no son capaces de conseguir un bien así sino que sólo consiguen un bien imperfecto con los recursos de su natu­raleza.
Alguien podría objetar que, aunque estamos de acuerdo en que la felicidad es la obra perfecta, correspondería a uno mismo comenzarla y llevarla a cabo, no a otro. Por consiguiente, como la obra imperfecta –que continuamente es como el principio en todas nuestras operaciones– está sometida a nuestras propias fuerzas naturales, por las cuales somos dueños de nuestros actos, parecería que podríamos alcanzar la ope­ración perfecta, que es la felicidad, mediante nuestras propias fuerzas naturales. Pero no es así. Hay que distinguir entre felicidad perfecta (ya sí) y felicidad imperfecta (todavía no). Los animales pueden conseguir su perfecta felicidad por sus propios medios. Pero nosotros, por nuestros propios medios, sólo podemos conseguir una felicidad imperfecta. Nuestra perfecta felicidad no podemos conseguirla por nosotros mismos.
–¿Por medio de quién?
–Cuando lo perfecto y lo imperfecto son de la misma especie, pueden estar causados por la misma causa. Pero esto no es ne­cesario cuando lo perfecto y lo imperfecto son de distinta especie.
–¿Por qué?
–Porque en el mundo material todo lo que puede causar que en la realidad las cosas sean como son no puede conferir la última perfección. Ahora bien, una obra imperfecta, que es lo que podemos hacer natu­ralmente los seres humanos, es claro que no es de la misma espe­cie que la obra perfecta que es nuestra felicidad perfecta. ¿Por qué? Porque la es­pecie de una obra depende del obje­to, es decir, de lo que obra.
La felicidad (Dios) sólo la puede dar Dios. Es natural creer que podemos conseguir la felicidad por nuestros propios medios naturales, ya que las personas humanas somos natural­mente el principio de nuestros actos mediante el entendimiento y la voluntad. Pero la felicidad última, esa que sólo puede venirnos de Dios, y que nos tiene prepa­rada, supera nuestro entendi­miento y nuestra voluntad. Ya lo dijo san Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento humano puede comprender lo que Dios tiene preparado para quienes le aman” (1 Corintios 2,9).
La felicidad imperfecta, la que podemos tener en esta vida, podemos adquirirla por nuestros propios medios naturales, del mismo modo que también podemos adquirir la vir­tud en cuya operación consiste. Nuestra felicidad perfecta consiste en la visión de la esencia de Dios. Ahora bien, ver a Dios por esencia es superior no sólo a nuestra naturaleza, sino también a la de toda criatura. En efecto, el conocimiento de cualquier criatura es según el modo de su sustancia, por ejemplo, el conocimiento nuestra inteligen­cia, que conoce lo que está sobre ella y lo que le es inferior, según el modo de su sustancia. Pero todo conoci­miento según el modo de una sustancia creada es insuficiente en la visión de la esencia de Dios, que supera infinitamente toda sustancia creada. Por consiguiente, no podemos conseguir la felicidad últi­ma por nuestros propios medios naturales. Pero tenemos libre albedrío, y con el libre albedrío podemos convertirnos a Dios, para que nos haga felices. ÉL sí puede. Dios es nuestro Amigo, y lo que podemos mediante los amigos de algún modo lo pode­mos por nosotros mismos.


Francisco Javier Cervigon Ruckauer.